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Alejandro Field (field@fibertel.com.ar)
[texto de la contratapa del libro]
DE ESPECTADORES A ACTORES
El cambio pasa por vos
“Lo que este país necesita es…”, “Que se vayan todos”, “El problema con los argentinos es que…” son algunas de las frases que desfilan y se analizan en este libro dinámico y actual. Estructurado a partir de 46 emisiones del programa “De espectadores a actores” entre febrero y diciembre de 2009, incluye la experiencia del autor a partir de la dramática crisis argentina del 2001 y la tarea realizada por la Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte de la Coalición Cívica.
A lo largo del texto surge repetidamente la invitación a una participación activa de los ciudadanos, especialmente los creyentes de las distintas religiones, como una forma de reemplazar los “casilleros de decisión” por “soldados de la paz”, que sean capaces de participar en el recambio que está pidiendo la política y la sociedad. Se plantean y analizan también dos temas prioritarios para lograr una sociedad viable hacia el futuro: la corrupción y la pacificación.
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Índice
Prefacio
Agradecimientos
Introducción: Una guerra no declarada
1. Espectadores y actores
2. El programa de radio
3. Cuatro niveles de compromiso político: de QB a HE
4. La participación de los creyentes en política
5. El corazón de la política
6. Corrupción: mucho más que $$
7. Pacificación: de la verdad a la paz
8. ¿Cómo participar?
9. Es hora de arriesgar y no amarrocar
Conclusión: Soldados de la paz
Apéndice A: Testimonios
Apéndice B: Diez preguntas para la reflexión
Apéndice C: Textos varios
Apéndice D: Lista de programas de “De espectadores a actores”
Apéndice E: Lista de artículos de “El corazón de la política”
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Introducción: Una guerra no declarada
Tenía veinte años y recién comenzaba a trabajar en una importante empresa con todo un futuro por delante. Sus planes incluían casarse, formar una familia y progresar en un país que le ofrecía grandes perspectivas. Pero las noticias de la guerra del otro lado del océano no lo dejaron tranquilo y un día decidió dejar todo para defender su país natal. Pasó de leer y escuchar las noticias a protagonizarlas.
Los siguientes cuatro años serían dramáticos. Mi papá pasó de ser un ciudadano pacífico viviendo en Argentina a un soldado entrenado y combatiente en el norte de África y la península itálica, en defensa de su país de nacimiento, Inglaterra, y un estilo de vida basado en la libertad. El final favorable de la guerra, que le permitió volver a la Argentina, donde vivió hasta los ochenta y siete años, no quita la incertidumbre del momento y la decisión originales, ni puede pasar por alto los muchos que no tuvieron igual suerte. Lo que quedó fue la satisfacción de la tarea cumplida, de no haber mirado para otro lado en el momento de mayor necesidad, y saber que era parte de la victoria.
En la Argentina de 2010, la Argentina del Bicentenario, hace rato que estamos en guerra. Sin embargo, lo más preocupante no es la guerra, sino que ignoremos su existencia. Porque no está declarada ni tiene una fecha precisa de inicio, pero tiene agresores y agredidos, heridos y muertos; por el hambre, la violencia, la droga, la desesperanza y la desesperación. Del otro lado, miles y miles de conciudadanos se han enriquecido obscenamente en la función pública o representando supuestamente los intereses de los más débiles. El botín de guerra es exhibido descaradamente, como un atropello adicional a los desposeídos y una invitación a los demás a seguir el mismo camino para triunfar.
En 1942, mi papá podría haber optado por apoyar a su país de muchas otras formas. Por ejemplo, juntando dinero o elementos necesarios, escribiendo artículos u opinando en ruedas de amigos sobre la terrible amenaza que significaba el régimen nazi y comentando las noticias que llegaban. Inclusive, como hombre de fe podría haber dedicado tiempo a orar o aun organizar encuentros de oración a favor de su país. No hubiera sido suficiente. Hay un momento en que hay que definirse, jugarse, poner el cuerpo y la vida. En ese tiempo hacía falta soldados. Hoy, en nuestro país, faltan otra clase de soldados.
En la Argentina del Bicentenario podemos seguir haciendo muchas cosas que hemos hecho hasta ahora, o aun intensificarlas: quejarnos, opinar, orar, comparar, criticar. Pero no alcanza. Hoy hacen falta “soldados de la paz” capaces de dejar la comodidad de lo conocido para ocupar lugares en el frente de batalla, para recuperar un estilo de vida, dignidad, justicia, esperanza. Por encima de todo, y englobándolo todo, esa virtud tan sublime: la libertad.
Este libro es una invitación a modificar nuestra actitud ante una situación cada vez más dramática. La propuesta es pasar de ser espectadores a actores de la política, pensando especialmente en aquellos hombres y mujeres de fe que ya está actuando intensamente en otras áreas en bien de la sociedad. No espero ni pretendo que coincidan con todo lo que he escrito; me conformo con que ayude a cambiar nuestra actitud individual y como sociedad.
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Conclusión: Soldados de la paz
¿Cómo resumir tantas ideas en una sola página? Si me dieran a elegir, diría simplemente “Es una cuestión de número”. Sí, así de sencillo, y así de difícil de lograr. Porque hay años y costumbres que vencer. Si somos más los honestos, trabajadores, solidarios y pacíficos, que haya más representantes de estos ciudadanos en los lugares de decisión. Necesitamos más “soldados de la paz” para alcanzar la victoria en la guerra no declarada que mencioné en la Introducción. Cuando hablo de estos soldados, rescato la parte positiva de cualquier ejército, que no es la parte destructiva o agresiva, sino la capacidad de un grupo de personas organizadas de lograr con la disciplina y un objetivo claro lo que sería imposible con la simple suma de individualidades libradas a sus propios criterios y urgencias.
Si los corruptos, vagos, egoístas y rencorosos pueden organizarse y sacrificarse para lograr sus objetivos a costa de los demás, ¿no podremos nosotros organizarnos aun mejor para trabajar en bien de los demás? ¿No seremos capaces de mostrar que la eficiencia de los honestos es superior a la eficiencia de los corruptos? ¿O llegaremos a creernos la mentira de que somos un país corrupto, irremediablemente corrupto, una raza inferior, condenados para siempre a la declinación, en vez de levantarnos con la frente alta hacia un mejor destino?
Alguien dirá que llevará mucho tiempo, que alcanzar la masa crítica necesaria para revertir la tendencia es cuestión de décadas, no de años. Al parecer, ni las ciencias naturales ni las ciencias sociales son tan pesimistas. En su libro “The Tipping Point” (El punto de inflexión), Malcolm Gladwell descubre que hay fenómenos sociales que cambian bruscamente, para bien o para mal, cuando alcanzan cierto punto de inflexión. En una entrevista dice cosas como: “Este es un comportamiento típico de las epidemias: estallan y desaparecen rápidamente… Mi argumento es que esta es la forma en que ocurren los cambios frecuentemente en el resto del mundo. Las cosas pueden ocurrir repentinamente, y los pequeños cambios pueden hacer una diferencia enorme. Esto va un poco en contra de la intuición. Como seres humanos, siempre esperamos que los cambios cotidianos ocurran lenta y sostenidamente, y que haya alguna relación entre causa y efecto. Y, cuando no existe esta relación… nos sorprendemos. Yo digo que no debemos sorprendernos. Así funcionan las epidemias sociales”. ¿No estaremos cerca de uno de estos puntos de inflexión, donde un pequeño esfuerzo generará un cambio enorme?
Comencé hablando de mi papá y de la guerra que no eligió. Quisiera terminar hablando de mi mamá. Del paso que dio desde su Coronel Suárez natal, en la Provincia de Buenos Aires, a la gran capital del país, de muy joven. De la valentía de acompañar a mi papá emigrando a un país completamente desconocido y extraño como Australia con sus tres hijos, y el coraje aun mayor de volver pocos meses después y vivir el resto de su vida en este bendito país. Cuando muchos me dicen socarronamente: “¿Por qué no se quedaron allá, que hubieran estado mucho mejor?”, mi respuesta es que éste es mi lugar. Aquí conocí a mi esposa, aquí crecieron mis tres hijos y aquí acaba de nacer nuestro primer nieto. Ésta es nuestra “tierra prometida”, nuestro hogar. Y voy a defenderla de quienes quieren apoderarse de ella.
Finalizo con una bendición extraña, la Bendición Franciscana, que leímos en nuestro programa número 33. Rescato especialmente la última estrofa, la de la locura. ¡Ojalá haya muchos más locos que piensan que la realidad se puede cambiar!
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