lunes, 10 de agosto de 2009

Una misión para hacer bien el bien

Cuando Jesús vuelve del desierto para comenzar su ministerio, lee el texto de Isaías 61:1-2 en la sinagoga de Nazaret:

El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido
para anunciar buenas nuevas a los pobres.
Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos
y dar vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos,
a pregonar el año del favor del Señor.


Por un lado, podemos analizar en detalle lo que quiso decir y cómo cumplió con esta misión en su vida Jesús. Pero, como seguidores de él no podemos eludir el hecho de que el texto nos está hablando a nosotros aquí y ahora. Ante cada realidad oscura de nuestra sociedad (pobreza, cautividad, ceguera, opresión), nos corresponde identificarla, acercarnos y contraponer la luz de la acción de nuestra fe (buenas nuevas, libertad, vista). ¿Cuál será y dónde se encuentra la pobreza, y cuáles son las buenas nuevas que podemos ofrecer? ¿Quiénes son los cautivos, de qué cosas, y qué significa proclamarles libertad? ¿Quiénes son los ciegos, qué es lo que no pueden o quieren ver, y cómo darles vista? ¿Quiénes oprimen a quiénes, y cómo liberar a ambos?

El texto también nos habla de que nuestra acción, en medio de la injusticia y corrupción, debe ser algo bueno. Buenas nuevas, pregonar el año del favor. Entiendo que esto tiene que ver también con la actitud que debemos tener al tratar de mejorar la sociedad, evitando lo que señala Melba Maggay en Transforming society, citado por Harold Segura C. en Más allá de la utopía, capítulo 1 (Antes que nos venza la utopía), pág. 21:

… hay algo en la exposición cotidiana a la pobreza y otros males de la sociedad que tiende a destruir la fe y a convertir a los agentes de cambio en algunas de las personas más cínicas que podamos encontrar.

No, ¡de ninguna forma podemos tener una actitud parecida! Al inicio del mismo capítulo, el autor cita una frase de Jurgen Moltmann:

En este mundo, con su moderna enfermedad mortal, la verdadera espiritualidad consistirá en recuperar el amor a la vida, y por tanto la vitalidad.

Finalmente, este texto tan rico nos habla de la importancia del sentido de misión. Uno debe sentirse "ungido" para realizar una tarea que lo supera. Como David, cuando enfrentó al gigante Goliat. Lo hizo porque estaba convencido no sólo de la importancia de vencer al enemigo sino porque estaba seguro de que Dios lo acompañaría y lo apoyaría. Si en algún momento, como creyentes, no sentimos esa fuerza y la frescura de la misión, ese sentido de que el Espíritu del Señor está con nosotros, tal vez sea el momento de pensar si no debemos buscar otro lugar de servicio o tal vez tomarnos un tiempo de descanso y reflexión hasta recuperar ese sentido de misión.

Una misión para cambiar, una misión que haga bien y nos haga bien, y una misión para replantear y renovar a diario.

Alejandro Field, en la reunión de la Mesa del 1 de agosto de 2009