Los comportamientos humanos siempre responden a causas manifiestas u ocultas. A veces es posible descubrirlas. En otros casos, no es tan fácil. Esto último ocurre con la poca participación que los evangélicos y evangélicas han mostrado a lo largo de la historia de la Argentina. Salvo honrosas excepciones, en general los creyentes que son miembros de las diversas ramas evangélicas, no han mostrado mucho interés en participar activamente en la arena política. Es oportuno, entonces, descubrir cuáles son las razones que han motivado tal comportamiento. He aquí algunas:
1. Las iglesias evangélicas han tenido en general una “teología antimundo”. Esto significa que el concepto “mundo”, que es bíblico, sólo se lo ha interpretado en términos peyorativos, a partir de algunas declaraciones de la Biblia: “el mundo está bajo el maligno” y “no améis al mundo”. En consecuencia, lo político ha sido teñido de connotaciones negativas: es lo sucio, lo malo, lo perverso, en lo cual no hay que meterse. No han faltado quienes, sin ambages, han afirmado que “la política es del diablo”.
2. Una inadecuada interpretación de la separación de la Iglesia y el Estado. La diferenciación de ambos órdenes se remonta a siglos posteriores a la Reforma (la filosofía de pensadores como John Locke y Thomas Hobbes) aunque ya hay indicios de esa separación en los reformadores Lutero y Calvino, que distinguen entre ambas esferas. Pero los evangélicos no sólo han separado esos órdenes sino que a su vez han delimitado lo político a lo estrictamente estatal, sin pensar que la Iglesia también tiene una función política indelegable.
3. Reino de Dios vs. Reino de este mundo. Ha predominado una interpretación deficiente de las palabras de Jesús frente a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. A partir de esa declaración, los evangélicos y evangélicas han pensado que si el Reino de Dios, expresado en Jesús, no es de este mundo, de ello se deduce que tampoco tiene nada que ver con este mundo. Pero, en rigor, el reino de Dios no tiene nada que ver con este mundo-sistema, con cuanto a su origen y sus valores, que provienen de Dios. Pero aunque no es de este mundo, en ese sentido, está llamado a ejercer una transformación sustancial de este mundo.
4. Ignorancia de la historia. Esta es, obviamente, una razón histórica. El protestantismo surgió en los países europeos: Alemania, Inglaterra, Suiza, Francia, entre otros. Y, en esos países, los reformadores y sus seguidores de siglos posteriores militaron activamente en el campo político. Juan Calvino –de quien en el año 2009 se cumplirán los 500 años de su nacimiento– no sólo fue pastor en Ginebra, sino que en esa ciudad suiza ensayó lo que algunos definen como un proyecto del reino de Dios en la tierra. El pensamiento de Calvino, estudiado por sociólogos de la talla de Max Weber y Ernst Troeltsch, fue muy rico en ideas políticas. Baste leer algunos capítulos de su Institución de la Religión Cristiana para detectar cuántos conceptos sociales y políticos hay en esa obra, que fue la teología que sistematizó el pensamiento de la Reforma.
5. Estrechamente vinculado a la razón anterior, una de las causas por el poco interés en lo político radica en desconocer lo que técnicamente se llama “el tercer uso de la Ley de Dios”. En efecto, tanto Lutero como Calvino coincidían en que la ley de Dios tiene varias funciones: a. pedagógica, que nos muestra nuestro pecado y nos conduce a Cristo; b. política, en el sentido de producir un mínimo de orden social; y c. didáctica: la ley de Dios sirve de orientación para la vida cristiana en la sociedad y permite la viabilidad de un derecho que podríamos denominar “cristiano”. Este tercer uso de la ley de Dios es el aporte que Calvino hace al tema del cristianismo y la ley.
6. Desconocer o silenciar el hecho de que las primeras revoluciones acaecidas en Occidente tuvieron a los protestantes entre sus más enérgicos propulsores. En efecto, en la revolución inglesa del siglo XVII, los puritanos fueron los protagonistas centrales, a partir de la teología de Calvino. Hay un estudio profundo que recientemente se ha publicado en castellano. Se trata de la obra del filósofo judío-americano Michael Walzer: La revolución de los santos. A ello, debiéramos recordar que la primera revolución no fue la francesa (1789) sino la americana (1776), que tuvo a los puritanos entre sus más destacados participantes. Una pregunta insoslayable: ¿Por qué razones, en general, los misioneros ingleses y estadounidenses no enseñaron estos hechos o los silenciaron?
7. No distinguir entre “política” en el sentido lato o genérico, de “política” en el sentido partidario. En esto hay que ser claro. Como decía el teólogo reformado Karl Barth: La iglesia tiene, necesariamente, una función política. Pero, al mismo tiempo, indicaba que esto no significa que ella tenga una filosofía política o una teoría política “cristiana”. Por lo tanto, al no distinguir entre política como el gobierno de la ciudad y política como afiliación a un partido o plataforma política particular, muchos evangélicos se han abstraído de participar en el mundo de la política.
8. Idealización del futuro. Otra razón que explica el poco interés por lo político es el discurso escatológico del Milenio. Este concepto, que postula un período idílico de justicia y paz en el mundo, ha conducido a cristianos y cristianas a pensar que: “ya que este mundo ha de desaparecer, no hagamos nada por cambiarlo, porque en la medida en que las cosas empeoren, más cercana está la venida de Cristo y su milenio de paz y justicia en el mundo”. Esta es una de las distorsiones más graves de la escatología cristiana. Si bien es cierto que la esperanza cristiana consiste en “cielos nuevos y tierra nueva”, no se trata de una esperanza fatalista que sólo idealiza el futuro. La espera de Jesucristo debe ser siempre activa en cambiar el statu quo viviendo la presencia del Reino de Dios, su justicia y su paz, aquí en la tierra.
Estas ocho razones acaso no sean las únicas que explican el poco interés que a lo largo de la historia de nuestro país han mostrado las iglesias evangélicas. Pero se nos ocurre que quizás ayudan a entender el fenómeno. De todos modos, las cosas están cambiando. Podríamos decir que, desde la crisis del 2001, los evangélicos y evangélicas han tomado conciencia de un hecho: lo social depende de lo político. Por lo tanto, han pasado de la instancia de la mera ayuda social y aún, la acción social, a una acción política que, inspirada en los valores del Evangelio, promueva la paz y la justicia del Reino de Dios en nuestro mundo.
Alberto F. Roldán
Doctor en Teología por el Instituto Universitario ISEDET.
Candidato a la Maestría en Ciencias Sociales (Filosofía Política) por la Universidad Nacional de Quilmes.
Presbítero Maestro de la Iglesia Presbiteriana San Andrés.
Director de la revista Teología y Cultura: www.teologos.com.ar
Ramos Mejía, 24 de noviembre de 2008
Artículo escrito a pedido para la Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte
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