lunes, 9 de agosto de 2010

Entrevista a Elisa Carrió


Programa: "De espectadores a actores", Radio FM Fénix 100.3, Martínez.

Fecha: lunes 5 de julio de 2010.

Tema: Presentación del libro "De espectadores a actores", Teatro de la Cova, Martínez

Conductores: Alejandro Field (AF) y Adriana Blasi (AB), de la Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte de la Coalición Cívica -

Entrevistada: Elisa Carrió (EC)

"Programa radial en vivo", Teatro de la Cova, Martínez (31 minutos)

El archivo se puede escuchar en línea cliqueando aquí y se puede bajar cliqueando aquí

Transcripción de la grabación

AF: Bienvenida, Lilita. Adriana Blasi, te presentamos ya como la conductora de la segunda parte del programa.

AB: Buenas noches a todos.

AF: El movimiento atrás es normal en un estudio de radio, así que no importa que lo hayan visto. Lilita, habíamos pensado cuando te invitamos en el programa de radio al que no pudiste venir por un montón de problemas, pero armamos un programa en vivo para que estés, hacer un entrevista un poco distinto, ya no hablando tanto de política sino hablando de este tema de la participación, y lo que nos limita en la participación, ¿no? Y a todos los entrevistados le hicimos la misma pregunta. Le preguntamos: “¿Cómo fue que vos, en un momento de tu vida, saliste de lo conocido, de lo habitual, de lo que te gusta, a dar ese paso a lo desconocido, y a la lucha, a la mala sangre, a los problemas? ¿Qué fue lo que te motivó en un momento de tu vida, tal vez hace mucho tiempo?”.

EC: Un complejo de Edipo no resuelto...

AF: Sí, un poco, pero...

EC: No, de luchar, luché toda la vida en distintas cosas, porque yo desde que era chiquitita quería ser “abogadora”, decía yo...

AF: Abogadora...

EC: Sí, me gusta defender a la gente. Pero después ejercí la profesión, fui profesora titular en la universidad, después tenía un estudio, y bueno, de repente mi padre, era un jurista muy conocida, y mi padre se estaba muriendo, tuvo un cáncer terminal, y él había amado mucho el Partido Radical, era muy amigo de Alfonsín, y a mí me ofrecían el cargo de convencional constituyente, porque era profesora titular de Derecho Constitucional y de Derecho Político y de Filosofía del Derecho. Y yo le dije: “Yo hago lo que vos quieras”. En realidad, la vida me arrancó. ¿Qué sé yo? Yo tuve la percepción de que yo me subía a un tren que no sabía adónde terminaba. Seguramente me atropelló la vida y la asumí, como un embarazo no deseado.

AF: Claro, eso apunta un poco a la segunda pregunta que le hacíamos...

EC: Eso tiene mucho que ver con la fe, también, ¿no? Yo en ese momento era profundamente agnóstica. Pero me acuerdo, sobre todo, antes de aceptar ser Diputada Nacional, me puse a rezar. ¿Viste que los agnósticos rezamos igual?

AF: No, ¿en serio?

EC: Por las dudas, claro... Porque uno está acostumbrado de la infancia...

AF: No vaya a ser que...

EC: Entonces recé, y yo sentí que no me podía oponer a lo que me estaba pasando, que en realidad me estaban pasando cosas... Yo era una abogada muy exitosa, ganaba fortunas, tenía hijos muy chiquitos, uno de un año, pero sentía que no me podía... Lo que yo sentí era que no me podía oponer. Y fui. Pero no había una ambición, porque yo tenía prestigio, porque la política en ese momento... para mis amigos yo estaba totalmente loca... bueno, para los demás también...

AF: Y hoy todavía algunos...

EC: Y sigo estando... Y en la universidad también me decían: “Es brillante, pero...” Y lo hice, y lo hice, y después uno empieza a amar lo que debe hacer, que es lo más difícil. Amar lo que debe hacer.

AF: Ahora, esos momentos en que vos tenés ganas de largar todo y decir: “¿Para qué me metí en esto?”, ¿cómo los confrontás?

EC: Yo no tengo ganas de largar...

AF: ¿Nunca hubo un momento así, de decir: “Estaba mucho mejor antes, con mi profesión de abogada y todo... Uno sigue adelante...

EC: No, hay veces que querés que te lleve Dios, que ya está... Pero no querés correrte. Querés que te lleve, ya, ya está. Pero no es morir. Es una cosa de “ya está”.

AB: Para los que se están queriendo animar, ¿cómo...? Porque vos tenés como muy definido que te subiste a este tren y es un tren que vos no te vas a bajar, salvo que Dios diga: “Bueno...”

EC: Todos tenemos deberes, y los que creemos más deberes tenemos. Y el testimonio es en el mundo, no es fuera del mundo. Y no es en el mejor lugar del mundo, sino en el peor lugar del mundo. Nadie... para ir donde todo es maravilloso, no te mandaron. Para eso está Dios. Dios te manda a los lugares tipo Sodoma y Gomorra, y vos tenés que amar eso.

AF: Pero uno siempre puede decir que no.

EC: Siempre. ¿Y adónde vas?

AF: Como Jonás, para otro lado...

EC: No, no, no. Y a Pedro. ¿Y adónde iríamos? Porque el gran problema del creyente es, si yo digo que no, ¿y? ¿Adónde vas?

AF: No es tan fácil.

EC: Si le decís que no a quien más amás, ¿adónde vas?

AF: Lilita, yo un par de veces te escuché mencionar así, al pasar, el tema de la superficialidad y la frivolidad como un tema tal vez serio de la sociedad argentina. Y yo pienso muchas veces que por ahí es una salida hasta defensiva o hasta de postura frente a un mundo que es demasiado complejo para la persona normal. Y lo mismo pasa con la política, o sea las personas toman la actitud, de repente, frívola o superficial, porque es muy complejo el mundo que se le enfrenta. ¿Esa es la razón por la que la gente toma esa actitud, o hay otra?

EC: No, se es superficial porque se es superficial, porque no se es responsable.

AF: Pero, ¿no es una escapatoria de una realidad?

EC: No. Lo público en la Argentina es algo que no pareciera fuera de la responsabilidad de cada uno de nosotros. Como si la plaza no fuera nuestra, la Argentina no fuera nuestra, el Estado no fuera nuestro, el vecino no fuéramos nosotros.

AF: ¿Y cómo se corrige eso, si es algo ya endémico?

EC: Arrepintiéndonos de la superficialidad. Naciendo de nuevo. Siempre estamos a tiempo. Vos sos responsable por los otros. Si vos sos responsable por lo otro. Ser superficial es “No me di cuenta, no sabía”. Y, en realidad, las peores cosas pasaron en el mundo por los que no se dieron cuenta.

AF: Pero si hay gente que dice que el mundo de la política es demasiado complejo, muy ajeno a ellos.

EC: Hay muchas formas de hacer política. No sólo estar en los partidos. Se hace política cuando se ayuda al vecino. Lo que yo quisiera discutir es que no veo que... digo, política es construir lo nuevo, es hacer nacer. Lo podés hacer en una ONG, lo podés hacer en una iglesia, pero lo que pasa es que vuelvo a insistir, el tema es oración más trabajo. Vos sos obrero. Siempre pensé... Yo les voy a contar un secreto. Yo a veces tenía ganas de que manden a un convento. Un día mi hijo me dijo: “Mamá, lo único que te falta a vos es ser monja. Te pido por favor que no te agarre esa locura”. Pero era como una sensación de decir: “Yo quiero orar tranquila, quiero escuchar música -¿me siguen?-, estar en la contemplación”. Y bueno, después te vas dando cuenta de que en algunos casos eso es así. Y, en otros, es ser obrero. Cada uno tiene una vocación. Y no todo el mundo tiene que estar en un cargo político. Pero todo el mundo tiene que hacer política, en el sentido de construir lo nuevo, de construir lo solidario, de construir la hermandad, de extender lazos.

AF: Pero entonces vos no justificás a nadie que diga que no se mete en política porque no...

EC: No, no, no. Yo digo que la superficialidad no es un problema que sos superficial por diversas razones. Sos superficial porque no sos responsable.

AF: ¿Egoísta?

EC: Si vos decís: “A mí me da lo mismo darle esta mamadera a mi hijo que la otra, porque no me di cuenta que una estaba pasada”, lo matás. Entonces, cuando en la Alemania de entreguerra muchísimos alemanes no veían lo que pasaba, bueno, de alguna manera también permitieron que algunos de sus hermanos murieran en los campos. Hay un libro maravilloso que se llama... ay, ahora no me acuerdo... 1939... que sucede en un lugar de primavera, donde nadie se daba cuenta, ni el rabino, ni nadie. Y había un optimista... ¿vieron esos optimistas idiotas que dicen “todo va a ir bien, todo va a ir bien, todo va a ir bien, todo va a ir bien”, hasta que se suben al tren a Varsovia. Y entonces ese optimista dice: “Bueno, el tren debe estar sucio porque Varsovia está cerca”. Es decir, aun ahí negaba que estaban yendo a los campos, ¿no? Entonces, esta forma de no ver es nuestra responsabilidad. Esto está muy bien en el Antiguo Testamento. Hay que poder ver. Nosotros tenemos que estar obligados a ver, porque la ceguera es una responsabilidad.

AB: Será que el dolor también a veces nos crea una negación, y decimos: “Esto no lo quiero ver porque me duele?”.

EC: Así es, pero podés ayudar más viendo el dolor. El dolor viene junto con la alegría. No están separados. A veces, muchas veces, a uno le duelen las cosas, y después te reís, y qué se yo, como en los velorios. ¿Viste que todo está mezclado? Yo no veo que la alegría y el dolor vayan separados. Miren ustedes la muerte de Cristo. No hay más dolor y más alegría en tres días que en ese tiempo. ¿Cómo disociar ?

AB: Ahora, es verdad también que vivimos en un mundo que pide felicidad todo el tiempo...

EC: Para la gente más pobre, vive con alegría en el dolor, ¿eh? Ahí hay un aprendizaje enorme. Cuando uno más sufre, más ve la flor. ¿Se entiende lo que digo?

AB: Sí, creo que se entiende, creo que estamos yendo en un camino así de análisis de cómo ver el mundo, porque ¿no te parece que el mundo te vende también esta cuestión de que “bueno, hay que ser feliz a ultranza, todo lo que miro y compro a través de muchos medios es cómo puedo hacer para pasarla más fácil, más liviana, sin dolor”, y en realidad no es medio engañoso esto?

EC: Los budistas dicen que a vos se te va el dolor cuando no deseás. En la sociedad consumista siempre hay este dolor, porque desea todo. Y en otras religiones, como puede ser las distintas formas del cristianismo, con sus distintas formas... Yo no sé dónde es la alegría, porque la alegría es la entrega. A mí, por ejemplo... Yo les voy a contar algo. Yo aprendí a amar, porque a mí me gustan todas las cosas frívolas que a ustedes se les ocurran. A mí me gusta estar con mis amigas, me gusta jugar al Burako, me gusta diseñar moda. Yo soy... si ustedes me dijeran: “¿Qué hubiera querido ser yo en mi vida, aparte de andar defendiendo a cuanto necesite?”, a mí me gusta estar en mi casa. Yo soy una mujer, y me gusta que esté la mesa puesta, y me gusta... todas esas cosas a mí me fascinan. Entonces después aprendí a... y también Dios me dio algunos dones, como la cabeza. Por eso ganaba los concursos en la universidad. Yo no es que buscaba. Parece como se me iba dando y después me cortaron. Y lo que sí sentí después primero, yo sufría. Pero después yo tuve alegría en la adversidad. ¿Ustedes vieron que yo estoy contenta cuando estoy en medio de una batalla? Es una cosa que a mi me pone, cuando estamos en operaciones, estoy fascinada. Yo estoy aburrida cuando no pasa nada. Pero aprendí... Ustedes, que son evangélicos, me van a entender. En el medio de la comisión de lavado, que se nos caía todo... era una cosa... un diario decía barbaridades... entonces se me deprimieron todas, entre ellas la Hormiguita... Yo decía: “¡Alabado sea el Señor!”. Ellos creían que yo estaba loca, pero yo trataba de, en los momentos de caída, poder entender que siempre algunas cosas suceden en la adversidad y que después vos ves la luz, ¿no? Es decir, Dios poda el árbol, y a veces uno siente mucho dolor cuando te podan, y después, cuando florece, no te das cuenta que esa flor tiene que ver con esa poda. Me parece que ahí expliqué todo, ¿no? Entonces, uno se olvida ahí, ahí, cuando te están podando, cuando están cortando, que siempre hay un entendimiento positivo, y siempre mi entendimiento, sobre todo en las grandes traiciones, que en la vida política me han pasado, Dios sabe por qué es esto. Y les puedo asegurar que seis u ocho meses después se entendía que era mejor ese dolor, porque era mejor lo otro a, ¿me siguen?, a si nos hubiéramos mantenido juntos.

AF: Yo en el libro planteo por lo menos dos preguntas que me parece que vas a coincidir por lo menos que son importantes, o por lo menos son bastante importantes: el tema de la corrupción y la pacificación. Corrupción, mirando hacia el futuro, y pacificación, hacia el pasado. El tema de la pacificación, ¿no te parece que está faltando el tema del arrepentimiento y el perdón, aparte de la paz y la justicia y, digamos, el castigo? Porque yo no veo, no veo, está el ejemplo de Sudáfrica, que vos conocés, donde hubo arrepentimiento, hubo posibilidad de perdón, hubo posibilidad de confrontar a dos personas. Me parece que hubo algo de sanidad, ¿o fue en vano eso?

EC: Fue sanador. En primer lugar, el tema de la corrupción -vos lo planteás muy bien en el libro, yo se los recomiendo, se llama “De espectadores a actores”- es el tema del robo. Porque el robo... todo el mundo cuando yo hablo de no robar -hace años que yo hablo de esto, desde el 2000, 2001, no robar, no mentir y no votar contra los pobres, me parece que con estas tres cosas en la política basta-, pero no robar no es no robar solamente el dinero del pueblo. No robar es no robar el tiempo del otro, no robar la dignidad del otro.

AF: La ilusión.

EC: No robar... Y no mentir. Esto es central. Porque la palabra vale, la palabra estructura sujeto, estructura relaciones. Yo tengo enorme cantidad de defectos, pero si algo tengo es que no puedo mentir, no sé si no quiero ya, ¿me siguen? No puedo mentir. No soy baúl para guardar, como digo. Entonces, eso, eso es el respeto al otro, no mentirle. Yo lo que sí critico en gran parte de la política es esa mentira al otro. El otro día me indigné con un diputado: “Vos ganaste con esta propuesta”. Yo soy esclava de esta propuesta y, en todo caso, si me tengo que apartar, tengo que explicar por qué. Pero acá parece que se hacen propuestas electorales y después la gente, al otro día, termina votando en el Parlamento lo que quiere. Yo no entiendo eso, porque eso es una traición a la palabra, a la confianza. Me parece que estas son... y no votar contras los pobres. Con esto basta. Digo, saber que

no podés votar contra los pobres. No sé cuál era la pregunta...

AF: No, está bien, es un tema que... Pero yo quería ir más bien al tema... para ser más simpático...

EF: De perdonarnos...

AF: De la pacificación, en el sentido de una componente que me parece que está faltando.

EC: Bueno, yo lo planteo en el libro El Contrato Moral, por eso venía. Eso lo planteé, lo escribí en el 2002, en una crisis terrible. Y hablaba de esto, del nuevo contrato, de la distribución de la palabra, de los derechos, y también qué hacemos con la valija del pasado. Es decir, ¿qué hacemos los argentinos con el equipaje del pasado? Yo decía, ¿qué hacemos por lo que no vimos, por lo que vimos, por lo que obramos, por lo que justificamos, por lo que fuimos. Y hay una forma, una única forma, que es el arrepentimiento. El arrepentimiento, que supone o en silencio o arrepentirse frente al otro, al que te causó daño. Incluso cuando se lo dice verbalmente, y fuerte, es mejor. Es profundamente liberador. Eso es lo que yo creo, que los argentinos nos tenemos que arrepentir, pero no para castigarnos, sino para liberarnos. Es como que vas dejando el equipaje. “Mirá, me porté mal con vos”, ¿me siguen? Eso de decirle al otro, de decirlo públicamente, es un efecto liberador enorme, enorme.

AB: Ahora, ¿nos falta convencimiento, docencia, actitud, porque cuando uno...?

EC: Nos sobra culpa. Yo creo que la culpa es mala. La culpa es buena para forzar, para entender el arrepentimiento. Pero hay como una necedad. Yo escondo, porque me parece que en esa ausencia de reconocimiento el otro no me ve responsable. Yo creo que hay que... eso es algo muy importante para la pacificación. Y la pacificación... y la reconciliación no tiene que ver con la impunidad. Al contrario, la impunidad, la justicia... tiene que haber justicia, como le dice muy bien Dios a Moisés, ¿está?: “Yo los perdono, pero no los dejaré sin castigo”. Y eso no quiere decir que las personas... Acá hay muchísimas organizaciones de derechos humanos que entienden la reconciliación como impunidad. No es así. Pero lo que pasó en Sudáfrica y lo que hizo Mandela es algo de la justicia que se llama restaurativa, que es el que confesaba públicamente en la televisión lo que había hecho, pero no diciendo: “Yo maté, yo torturé”, sino tenía que confesar cómo había matado y cómo había torturado.

AF: Frente a la víctima.

EC: Frente a la víctima.

AB: Frente a los medios.

EC: Y es con todos los medios. Ése tenía una especie de amnistía. Pero, ¿se dan cuenta el acto? Si él decía: “Yo soy responsable de cincuenta muertes”, no servía. Él tenía que relatar cómo había matado. Ahora, ¿qué decían las víctimas, es decir los parientes...

AB: Los familiares...

EC: los parientes de las víctimas? Que a ellos les bastaba saber cómo murieron y, sobre todo, que les digan dónde estaban enterrados. Es cierto que ellos tienen una religión animista, y entonces creen que el espíritu está ahí. Y, si no confesaban, o confesaban parcialmente, iban a la justicia. Ahora, yo creo que ahí el elemento más importante fue Mandela. Mandela expresó la magnanimidad. Yo recorría Sudáfrica y los blancos me decían: “Nunca pensamos que podría haber un hombre con semejante grandeza”. Porque ustedes piensen que Mandela era terrorista para todos ellos. Esa magnanimidad, que hace el único héroe santo moderno, es como Gandhi. Mandela es Gandhi, que en algún momento se cruzaron, no los dos al mismo tiempo, pero sí en la misma cárcel. Mujica tiene algo de eso, ¿vieron? Mujica, el uruguayo, cuando le dijeron: “Bueno, pero el juzgamiento”, dijo: “Yo no puedo ver presos a los viejos”. Eso reconcilia, por eso es necesario liderazgos que permitan esa reconciliación. Lo que no hemos tenido en Argentina es eso, que no implica que no haya verdad, justicia y condena, porque nuestro régimen es otro, pero hay un espíritu de venganza, y con el espíritu de venganza esto no termina. No hay espíritu de justicia. Lo que tiene que haber es justicia, pero la justicia, la actitud con la que se desenvuelve la justicia es central, ¿eh? Si dentro de la justicia hay venganza, si en el caso de víctimas, por ejemplo, se confunde y se los toma como acusados, como es el caso de Marcela y Felipe Noble, que ellos mismos dicen que son supuestos hijos de desaparecidos. Pero, ¿cómo los están tratando? Son víctimas. Entonces, estamos poniendo mucha venganza, mucha venganza, y ahí es donde la justicia pierde y la reconciliación es imposible. Pero estamos llegando.

AF: Una cosa que a mí y a varios de nosotros nos interesa promover es la participación de gente que es creyente de distintas religiones en la política, ¿no? Hay barreras, hay prejuicios, hay un montón de cosas, unas cosas que pongo en el libro de mi experiencia particular. Pero, de tu experiencia, ¿qué cosas positivas puede aportar un creyente, y qué cosas a veces no son tan positivas porque traen cosas que no sirven para la política? ¿Me entendés? O sea, ¿qué cosas, fortalezas tenemos nosotros...?

EC: La fe.

AF: Pero, ¿con eso alcanza?

EC: ¡Ja! ¿Cómo, que alcanza?

AF: ¿Y qué cosas a veces traemos...?

EC: Con la fe basta.

AF: Pero a veces traemos cosas que no sirven mucho, o sea, que son...

EC: La fe, la fe ilumina. La fe ilumina la razón. Lo que puede aportar un creyente es la profunda esperanza. Esperar lo que no se ve. Claro, es una energía enorme. Porque en la debilidad está la fuerza. Yo creo que mi energía... yo siempre tuve un poco de energía, un poco pandeada. Pero la energía que tengo a partir de la conversión, esto de no decaer nunca, es una cosa impresionante. Lo único que me pasa es que me agarra el cuerpo, que estoy vieja, y además ya les digo, no tengo más estrógeno, entonces es todo... tremendo. Pero no el espíritu, ¿está? Hace unos años ya no me toma más el espíritu. Me toma el cuerpo. Por eso yo me enfermo un poco más seguido, porque toda la presión, toda la tensión, me enferma el cuerpo. Pero así estoy yo desde la mañana hasta la noche. Salvo cuando estoy con Dios, estoy ahí, metidita. Y lo malo de los creyentes... bueno yo no tengo muchos creyentes, porque yo lidero un partido de agnósticos...

AB: Vos sabés que yo te iba a preguntar, porque seguramente acá, en la audiencia, hay gente que seguramente sí es creyente, y otros no, entonces ¿qué mensaje le podemos dar? Porque, digamos, aquel que tiene fe siente que tiene ese baluarte donde puede apoyarse, y el que quizás está pensando en otra cosa, o no se está apoyando...

EC: También tienen fe. ¡Cuánto creen los que no creen! Lo que pasa es que ellos no saben. Pero yo rezo por ellos. Por ejemplo, Tata Quiroz, que no cree, yo ya rezo por todos, ¿está? ¡Cuánto creen los que no creen! Si uno cree en la vida, si uno cree... Y yo creo que el espíritu está en todos, está en todos los que pelean por la vida y por los valores. Me da la impresión que en la caída, que cuando a Cristo lo levantan, es ahí donde la fe cristiana o la fe judía ayuda mucho. Es decir, cuando estás caído, ¿cómo hacés para levantarte? Porque la cuestión en la vida es levantarse, no caerse.

AF: Ahora, ¿por qué -mi percepción, por lo menos- es que hay tan pocos creyentes que se han metido en política, y trabajan tremendamente en organizaciones, iglesias...?

EC: Es que eso está muy bien.

AF: Pero, ¿por qué no se pueden hacer las dos cosas, o hace falta más de uno o del otro?

EC: Pero depende de tu vocación. El tema es cuando sos llamado a la política y no lo aceptás. Eso es un cristiano cómodo. Pero vos tenés vocaciones. Si vos tenés un hijo con capacidades diferentes, a lo mejor tu vocación, tu llamado, es estar ahí. En todo caso, en mi vida mi llamado fue después, fue de grande, fue de cuarenta años. Me tocó criar siete hijos -y lo hice bastante bien, me requieren, los de mi marido, los míos. ¿Qué quiero decir? La vida te va poniendo vocaciones. Y uno se tiene que dejar llevar. Eso es lo que yo digo. A mí me parece que lo peor que nos pasa en la vida es estar cerrados a lo que la vida nos ofrece. Porque cuando uno tanto piensa en lo que va a hacer el otro día, y en lo que quiere ser, y todo, de repente se te abre la puerta y no la ves. Pero no la ves porque “la loca de la casa”, como decía Santa Teresa, que es la mente, te proyectó a un lado. Yo creo que eso sí, tanto en el agnóstico como en el creyente, uno tiene que estar abierto a la vida. Abierto, porque la vida todos los días te ofrece miles de cosas. Te ofrece la flor, te ofrece el payaso que te está hablando, te ofrece el canto. Yo tengo todos mis amigos del Pilar que son maravillosos. Es decir, siempre tenés que estar mirando. La vida te ofrece un nuevo amigo, la vida te ofrece la política, la vida te ofrece la lucha, te ofrece el amor, pero vos... Es como esas chicas divinas que sólo están pensando en un determinado tipo de hombre. Se quedaron solteras, porque no vieron a nadie.

AF: Ahora, vos dirías también, como país, también, ¿nos estamos cerrando a un tipo de país, y no pensamos que podemos ser otro tipo de país?

EC: Estamos gobernados por mafiosos y corruptos...

AF: Si, pero, ¿nosotros mismos estamos diciendo que es to es todo lo que podemos lograr?

EC: Es que les tenemos miedo. Cuando vos les tenés miedo, cuando... A ver, los monstruos no existen. Voy a ir a cuando éramos chiquitos. Los monstruos siempre estaban en la puerta de nuestro cuarto. Un monstruo, un fantasma, lo que sea. Ahora, ese monstruo no existía. ¿Quién lo hacía existir? Nuestro miedo. El problema es que el miedo argentino a los mafiosos, a los corruptos, a los exitosos corruptos, es tan grande que los hace monstruos. Pero no podemos. En todo caso, cambiemos un monstruo por otro. Los monstruos no existen, los creamos nosotros. El día que nosotros decidimos que, en realidad, lo único que es roca, que es seguro, es vivir en la verdad, la justicia, y que no les tenés miedo, no te pasa absolutamente nada. Yo vengo a ser una prueba fiel de esto. Miren que yo me he enfrentado con los narcos, con estos... y yo les digo todo. Y además, cuando ya me retan mucho, doblo la apuesta, ¿no? Y a mí, ustedes vieron, yo estoy sin custodia, yo camino por la calle. La verdad protege. No hay mayor ventaja que les hemos dado, sobre todo el conurbano bonaerense y la provincia de Buenos Aires, en el razonamiento aquel que sólo los mafiosos nos pueden gobernar. Así estamos. Nadie puede salir a la calle. Porque los mafiosos finalmente le garantizan impunidad a los otros mafiosos. Y vos, para salir de eso, tenés que votar a un mafioso. ¿Te das cuenta cómo estamos, enredados en un razonamiento perverso, que lo arman muy bien comunicacionalmente para estar siempre en el poder? Esto es perfecto. El problema es nuestro miedo. Siempre les digo: “Pero, ¿cómo no vamos a denunciar a De Vido?”. Mirá si yo me voy al juicio final y me preguntan: “Usted, ¿a quién le tuvo miedo?”. “A Moyano y a De Vido”. “Vaya al infierno por imbécil”, me dice Dios. ¿Está? Entonces, ¿qué quiero decir? Ese miedo a gente tan vulgar, a gente tan mediocre, a gente tan corrupta, que engaña a los trabajadores, no le podemos tener miedo a ellos. Yo le tengo temor a... desobedecer a Dios. A no dar el suficiente testimonio. Es el único temor. Ese, sí, temor es grandísimo. Es un temor que es un amor. Es un profundo amor. ¿Adónde iría? Y también estoy muy contenta de liderar un partido donde yo hago mucho hincapié en que no seamos todos iguales. Porque a mí me parece que es muy importante que gente que piensa opuesto que yo en cuestiones, por ejemplo, centrales, tengan el lugar. Porque me parece que hacer un partido de católicos, o de cristianos, o de judíos, o de productores, no es así. Entonces, ¿ustedes vieron? Yo tengo posiciones distintas porque en la riqueza de la diversidad está lo mejor. Y esto también es prueba del reconocimiento y el amor a los que piensan distinto. Y uno tiene que empezar por uno. Por eso en mi partido hay tan poca gente, porque yo me cuido, ¿está?, de no hacer un partido de idénticos, que todos pensemos igual, que todos defendamos las mismas cosas.

AF: Bueno, llegamos al fin del tiempo, y sabemos que tenés bastantes cosas, o venís de muchas cosas, y te agradecemos muchísimo haber estado acá, y está todo grabado, así que todo lo que dijiste puede ser usado en tu contra... vamos a editar lo que no va. Pero, gracias por estar acá, y vamos a seguir pensando después del tema musical en las cosas que conversamos, y te deseamos lo mejor.

EC: Bueno, muchísimas gracias, y un beso grande a todos.

AB: Gracias por venir.

EC: Y quiero decir algo. Tengan la absoluta certeza de que vamos muy bien. Tengan la absoluta certeza de que... ¿Vieron que hay días que no hay noche por más oscura que sea que impida el nacimiento de un nuevo día. Hay algún sentido en este dolor de la Argentina. Hay algún sentido en esta humillación nuestra. Hay algún sentido, y nosotros tenemos que encontrar ese sentido para ganar el futuro, y para ser esos otros. Nosotros podemos vivir con la verdad. Nuestros abuelos vivieron con la verdad. Nosotros podemos vivir con la justicia. Pero nosotros tenemos que militar por esa causa. Tenemos que confiar en esa causa. El gran problema nuestro es que no confiamos en que la verdad es fuerte, que la justicia es fuerte, que el amor es fuerte. Confiamos que son fuertes los corruptos, los prepotentes, los patoteros. Entonces el problema no son ellos. El problema somos nosotros. Muchas gracias. Un beso grande.

AB: Muchas gracias a todos.


Legislar para la paz social

El Proyecto de Ley No. de Expediente 1907-D-2009, Trámite Parlamentario 029 (16/04/2009)(1), denominado popularmente Proyecto de Ley de Matrimonio Homosexual, acaba de tener media sanción de la Cámara de Diputados de la Nación y espera su tratamiento en la Cámara de Senadores. Acerca de este proyecto, hay un aspecto importante que a nuestro entender no ha recibido la atención que merece: ¿Cuál es la decisión que contribuirá más a la paz social? O, también: ¿Cuáles son los beneficios comparados con los daños de su posible aprobación? Para responder a esta pregunta puede ser útil analizar dos escenarios diferentes.

Dos escenarios

Por un lado, tenemos la situación actual, donde el Código Civil considera únicamente al matrimonio entre personas de distinto sexo. Esta situación ha sido y es aceptada por la sociedad argentina en general por razones biológicas, psicológicas, sociales, históricas, culturales y religiosas. En tiempos muy recientes, se pretende redefinir el matrimonio para que incluya a personas del mismo sexo, lo cual presuntamente beneficiaría como máximo a un 4% de ciudadanos que actualmente se sienten discriminados. Gracias a una activa campaña de este grupo muy minoritario, centrada en una supuesta discriminación arbitraria (a nuestro entender erróneamente; ver nuestro artículo “¿Y si no se trata de discriminación?”)(2), existe actualmente una proporción indeterminada de la sociedad que aceptaría hoy omitir la exigencia de sexos diferentes para los contrayentes.

Por otro lado, imaginemos un segundo escenario donde se haya aprobado la modificación de decenas de artículos del Código Civil, para que el matrimonio civil incluya parejas del mismo sexo. En ese caso, habrá una alta proporción de ciudadanos que, por distintos motivos, se sentirían agraviados por este cambio en la definición misma de una institución fundamental de la familia y la sociedad. Para tener una referencia mínima de quienes se han pronunciado en este sentido por motivos religiosos solamente (católicos y evangélicos) es razonable considerar que no menos de un 40% de argentinos y argentinas considerarían vulnerada una parte esencial y hasta sagrada de su forma de entender la realidad.

Es decir que, de aprobarse este proyecto de ley, para satisfacer los reclamos de no más del 4% de la población, estaríamos dispuestos a crear un profundo descontento en no menos del 40% de la misma población. ¿Es lógico esto? ¿Estarían nuestros representantes legislando para el bien común, buscando la paz social y teniendo en cuenta los intereses de todos los ciudadanos? ¿En qué forma se vería afectada la representatividad de los legisladores, como uno de los fundamentos del sistema republicano que hemos elegido?

Cabe aclarar que la importancia de promover la paz social es independiente del hecho de que unos u otros tengan razón en sus reclamos o de la forma que hayan elegido para expresar sus razones. Si bien el proyecto de ley afirma que la modificación de la definición del matrimonio civil no afecta a nadie, se ha hecho claramente evidente que es motivo de profundo dolor para una gran parte de la sociedad. Es válido reconocer el reclamo de las personas no heterosexuales, como una minoría que tiene derecho a expresarse, pero no nos parece admisible permitir que sus reclamos violenten las razones y los sentimientos de porciones de la ciudadanía por lo menos diez veces mayores y probablemente de otras minorías.

Una analogía útil

Como en el artículo mencionado anteriormente, una analogía puede ayudar a analizar este concepto. Supongamos que en un pueblo de 10.000 habitantes hay 4.000 que usan una cooperativa. Para ser miembro de esa cooperativa hace falta cumplir una serie de condiciones como, por ejemplo, pagar la inscripción y las cuotas mensuales. Un grupo de 300 habitantes protestan por los montos de estos pagos y logran reducirlos para todos los miembros. Como consecuencia, las finanzas de la cooperativa se ven afectadas y cada vez puede proveer menos beneficios, a pesar de contar con más miembros. Se teme que va a tener que cerrar sus puertas en poco tiempo.

La analogía nos permite ver lo siguiente. En el primer escenario vemos tres grupos. Los 4.000 miembros de la cooperativa, que están satisfechos con las condiciones de pago. Las 300 personas que quieren ingresar a la cooperativa, que están insatisfechas. Finalmente, el resto del pueblo, que es indiferente a este tema. En el segundo escenario, las cosas para los tres grupos cambiaron. Los 4.000 están insatisfechos y preocupados por el futuro de la cooperativa. Los 300 están satisfechos por haber ingresado. El resto del pueblo sigue indiferente al tema, aunque pueda haber tenido su opinión acerca de la justicia del reclamo de los 300 o de los argumentos de los 4.000. ¿Cuál de las dos situaciones es más conflictiva? ¿Cuál tiene menos paz social? ¿Quién se hará responsable del cierre eventual de la cooperativa? ¿Cuánto más quedará afectada la paz social ante el cierre de la cooperativa como consecuencia de las decisiones incorrectas de las autoridades?

La buena fe por encima de todo

Cuando se tratan cuestiones tan polémicas como la modificación sustancial de la definición de una institución tan arraigada en la sociedad como el matrimonio, es importante que los temas se traten abiertamente y con respeto mutuo de las partes. En particular, acá debe quedar en claro qué tema o temas se están debatiendo, dar a cada uno su tratamiento particular y no confundir cuestiones.

Por un lado, el proyecto de ley apunta a quitar una aparente discriminación en las personas que pueden formar parte de un matrimonio civil. Menciona una discriminación formal o moral (¿por qué las personas no heterosexuales no pueden integrar un matrimonio civil?) y otra relacionada con los derechos legales inherentes al matrimonio (pensión de viudez, auxilio por defunción, asistencia sanitaria, derecho de habitación y el hereditario del cónyuge supérstite, protección en caso de disolución de la pareja, derecho de alimentos entre cónyuges, derechos migratorios en caso de extranjeros, etc.).

Si bien difícilmente haya alguien que objete el otorgamiento de los derechos anteriormente mencionados a las parejas no heterosexuales, hay un tema adicional de otra clase y cuya importancia supera en varios órdenes a los anteriores: la adopción. El proyecto de ley es algo ambiguo en este aspecto ya que declara por un lado:

“Nuestro proyecto, al equiparar los requisitos y efectos del matrimonio, sea conformado por personas de distinto o mismo sexo, incorpora la posibilidad que matrimonios sin distinción sean sujetos de derecho de la adopción”.

Y, por otro:

“Va de suyo entonces que la adopción por los matrimonios de homosexuales es un tema ajeno a la validez legal de la adopción, porque será prerrogativa del juez decidir si en el caso concreto tal supuesta adopción es conveniente para el niño”.

Es decir, por un lado se da a entender que al buscar la redefinición del matrimonio civil incluiría automáticamente entre sus derechos el de adopción, pero por otro se minimiza su influencia en la cuestión de la adopción ya que dependería en última instancia de la decisión de un juez.

Creemos que es importante separar claramente ambos temas que involucran sujetos y efectos muy diferentes. En el caso de los derechos de los contrayentes, los sujetos son personas adultas y los efectos son mayormente económicos. En el caso de la adopción, los sujetos son niños y los efectos sobre ellos están relacionados con su desarrollo como personas y aún se desconocen. En el primer caso, los derechos deberían conseguirse mediante una nueva figura legal, como la unión civil. En el segundo caso, requiere un profundo estudio multidisciplinario antes de tomar una decisión de tanta importancia.

Como estamos comparando cantidades de ciudadanos beneficiados y afectados en los diferentes escenarios, ésta es otra cantidad importante de ciudadanos que deben tenerse en cuenta al decidir sobre este proyecto de ley: los niños que podrían ser adoptados por parejas homosexuales. Si bien ellos no tienen voz, corresponde a la sociedad adulta y especialmente a los legisladores que los representan a tomar todos los recaudos necesarios para lograr el mayor beneficio en todo sentido para los niños en condiciones de ser adoptados.

Paz social y representatividad

Debe subrayarse que ni el matrimonio homosexual en general, ni la reforma del Código Civil prevista en el proyecto particular, formaron parte de la plataforma política de los partidos mayoritarios. Aunque uno o más partidos hayan dejado librada a la conciencia de cada legislador su decisión en este asunto, la licencia partidaria no evitará que muchos votantes se sientan traicionados en su buena fe. Tampoco librará a los legisladores de la responsabilidad de sancionar una ley cuyas consecuencias sociales y culturales afectarán a las generaciones futuras.
Nuestro país necesita avanzar en la pacificación social y no emprender caminos que pueden llevar a mayores enfrentamientos. Es cierto que legislar y gobernar involucrar satisfacer algunos intereses en desmedro de otros, pero la evaluación debe ser racional. ¿A cuántos beneficio con esta ley o medida de gobierno y a cuántos afecto?

La política hoy sufre de una crisis de representatividad muy grande. El ciudadano común no se siente bien representado en general por los legisladores en los temas que lo afectan cotidianamente. Tomar una decisión que representa una reivindicación para un grupo muy minoritario pero afectará a muchísimos más ciudadanos y además las vidas de muchos niños podría ser una lamentable victoria pírrica para la sociedad y la democracia argentinas. Vale la pena pensarlo racionalmente y sin apasionamiento.

Junio 2010

Referencias
(1) http://www1.hcdn.gov.ar/proyxml/expediente.asp?fundamentos=si&numexp=1737-D-2009
(2) http://mesainterreligiosaconurbanonorte.blogspot.com/2010/06/y-si-no-se-trata-de-discriminacion.html

Alejandro Field
Mesa Interreligiosa del Conurbano Norte
Coalición Cívica

Fernando Saraví
Facultad de Ciencias Médicas
Universidad Nacional de Cuyo